Durante 2018, el número de menores de 11 años de edad no acompañados y remitidos ante autoridades migratorias aumentó 145 por ciento, al pasar de 490 en 2017 a mil 202 el año pasado.
En el rango de 12 a 17 años de edad, el incremento fue de 35 por ciento, de acuerdo con estadísticas del Instituto Nacional de Migración (INM), pues el año pasado hubo 9 mil 215 y el antepasado 6 mil 836.
En octubre –cuando comenzaron a ingresar por la frontera sur de México miles de centroamericanos vía las caravanas– se reportó el número más grande de menores de edad no acompañados, con 237 pequeños de hasta 11 años y mil 85 de 12 a 17 años.
Además, el número de menores de 12 a 17 años no acompañados superó a los acompañados 23.24 por ciento; el primer grupo sumó 9 mil 215 contra 7 mil 73 del segundo, según la Unidad de Política Migratoria.
Para Rodolfo Cruz, el aumento de deportaciones a niños convierte la actividad migratoria en un círculo vicioso.
El especialista en temas de migración, del Colegio de la Frontera Norte (Colef), explica que lo anterior se debe a que los niños que son devueltos a sus países de origen no tienen un sitio al cual volver y al encontrarse solos, caen en situación de pobreza o son blancos de pandillas, situación que los hace volver a migrar.
Aseguró que las repercusiones de la migración para un niño son muy distintas a las de un adulto, pues desconocen el panorama al que se enfrentan, por lo que es indispensable generar las condiciones necesarias para su atención.
“Todos los migrantes se enfrentan a riesgos en su traslado, pero los niños ocupan una posición mucho más vulnerable. No cuentan con la información necesaria para saber qué hacer en caso de una detención, no son conscientes de sus derechos y tienen necesidades básicas que deben cubrirse, y en los albergues o centros de detención no son cubiertos”.
Además, aseguró, ellos, debido a su condición, no pueden acceder a los derechos básicos de la niñez, como son la educación, vivienda y salud.
Por Frida Valencia
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