Por: Ricardo Quiriego | El Economista

Que esta conmemoración por los 500 años de la caída de México-Tenochtitlan sea un pretexto perfecto para repasar todo aquello que ha emergido de las entrañas de la Tierra y nos canta en voz alta el pasado que nos da carácter, identidad, orgullo; eso que a fuego, hierro, obsidiana, carne y sangre nos ha moldeado en esto que somos, un país de contrastes desde tiempos inmemoriales que con cada excavación arqueológica, desentrañamiento de reliquias, ídolos, estructuras, objetos ceremoniales, restos humanos y animales, se vuelve más memorioso.

No lo neguemos, el anuncio de un nuevo hallazgo en algún rincón subterráneo del Centro Histórico se siente tan parecido al anuncio de un paso descomunal de la humanidad en el entendimiento del universo. Una piedra que vuelve a la superficie es tan abrazable como la noticia del primer acercamiento de una sonda espacial a las lunas de Saturno. Hay mucho de autodescubrimiento en ello.

Mientras que una noticia estelar nos induce a un misticismo de humanidad, un descubrimiento arqueológico recupera ese excepcional rasgo mitológico de nuestra identidad. No le decimos a nadie, pero nos sentimos hechizados por todo eso que se desprende de la tierra después de aguardar por prácticamente cinco siglos en las entrañas de la Tierra, de esta la otrora México-Tenochtitlan.

Es el trabajo de hombres y mujeres científicas que, pese a las limitantes presupuestales, contra las inclemencias y no obstante las emergencias sanitarias, le han devuelto las piedras a nuestra raza de múltiples colores.

La garantía de seguirnos sorprendiendo

Desde el tropezón de Luz y Fuerza del Centro en 1978 con el monolito de la diosa lunar Coyolxauhqui, que fue el chispazo que encendió la hoguera del Proyecto Templo Mayor con su pípila, el decano Eduardo Matos Moctezuma, hasta el asomo en otro accidente en 2006, este de albañilería, del monolito de Tlaltecuhtli, la arqueología mexicana nos ha dado tanto para reconfigurar nuestra historia y garantiza seguirnos sorprendiendo, porque lo volvió a hacer en 2015, 2017 y 2020 con sucesivos hallazgos del Huei Tzompantli y su torre de cráneos, esa estructura que horrorizó a los españoles a su llegada a la isla de Tenochtitlan-Tlatelolco.

A lo largo de esta semana, Matos Moctezuma ha coordinado el ciclo “En busca de Tenochtitlan y Tlatelolco” para El Colegio Nacional, con la presencia de las y los científicos y profesionales que han estado al frente de los proyectos de hallazgos encomiables: Leonardo López Luján, director del Proyecto Templo Mayor, cuya conversación reprodujimos en la edición de este jueves; Raúl Barrera Rodríguez, coordinador del Programa de Arqueología Urbana (PAU); Salvador Guilliem, director del Proyecto Tlatelolco; Patricia Ledesma, directora del Museo del Templo Mayor, y el propio Matos Moctezuma, encargado de abrir y cerrar este ciclo de conferencias.

Y los arqueólogos tienen tanto qué decir que en cada ocasión que hablan del trabajo conjunto, ya sea con el PAU o en el Proyecto Templo Mayor, declaran algo novedoso, noticias que enriquecen y que antojan.

Armonizar las capas históricas de la ciudad

Durante la conversación “El Huei Tzompantli, el Templo de Ehécatl, el juego de pelota y el Calmécac”, Raúl Barrera explicó que en el predio de Guatemala 16 donde se hallaron el Templo de Ehécatl y más tarde el Juego de Pelota, separados por unos pocos metros en este lote destinado a la ampliación de un hotel, los trabajos han sido coordinados entre arqueólogos e ingenieros para la protección y la consolidación del basamento. El objetivo, anunció, es que se construya el edificio moderno y abajo haya un museo.

“De estos vestigios, tanto del Huei Tzompantli como el Templo de Ehécatl y parte del juego de pelota, hay el interés por parte del INAH para que se puedan exhibir. Y nosotros también compartimos esta idea, de que estos se puedan mostrar y que la gente los pueda visitar. Desde luego que esto lleva tiempo. Es un esfuerzo muy grande el que se está llevando a cabo, tanto de especialistas del instituto, como de los ingenieros, sobre todo porque la ciudad está en un fango lacustre y los ingenieros tienen que solucionar cómo van a soportar los edificios tanto modernos como los antiguos (…) en estos vestigios había que respetar y proteger el basamento. El siguiente paso era resolver cómo se va a construir el edificio, porque es moderno. Entonces se encontraron las soluciones y quedará allí un museo subterráneo, en el que la gente del pueblo va a poder visitar y conocer su pasado”, anunció.

Barrera añadió que entre otros hallazgos, en el Juego de pelota se extrajeron las cervicales de 31 individuos. Fueron depositadas allí a manera de ofrenda, puesto que los cuellos están vinculados con la práctica del juego. Muchas de estas cervicales pertenecen a personas jóvenes, algunas adolescentes.

A propósito del Huei Tzompantli, el arqueólogo amplió información sobre el muro de cráneos:

“Después de algún tiempo, los cráneos eran bajados por los sacerdotes, quizás algunos, por el paso de los meses y la inclemencia de la lluvia, estaban en proceso de deterioro. Eran colocados en la torre (pegados con cal), como si fueran depósitos, aunque sabemos que esto va mucho más allá de un simple depósito. Debió haber sido sumamente impactante ver estas torres. Desde luego que debió ser un mensaje muy fuerte de control y de poder para los pueblos sometidos”.

Añadió que la Ciudad de México es una ciudad viva, con necesidades: “hay una superposición de capas de ciudades del pasado. Hay evidencias de su destrucción en diferentes momentos, por las inundaciones, por los sismos, pero es una ciudad que se reconstruye constantemente. Esa es nuestra historia”.

El centro litúrgico del imperio

El cuadrángulo del centro ceremonial de México-Tenochtitlan medía aproximadamente 400 metros por lado y era delimitado por una plataforma y un muro con cuatro accesos. El fraile franciscano Bernardino de Sahagún hizo una descripción de 78 templos que comprendían este espacio sagrado.

  • 42 ventanas arqueológicas hay en el Centro Histórico distribuidas en 17 sitios entre inmuebles históricos e incluso la vía pública.
  • 1987 año en el que el Centro Histórico fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
  • 1991 año en el que se creó el Programa de Arqueología Urbana (PAU) por Eduardo Matos Moctezuma.
  • 194 cráneos la muestra tomada del Huei Tzompantli. La mayoría pertenece a sexo masculino, aunque también hay una presencia importante de mujeres y un 3% de cráneos de niños.
  • 31 cervicales de la misma cantidad de individuos fueron halladas en el Juego de pelota, en la calle de Guatemala, a manera de ofrenda depositada al interior del juego.
  • 17 tzompantlis existían en México-Tenochtitlan, cada uno consagrado a deidades distintas, pero el Huei Tzompantli era el más imponente por su magnitud.