El tema es la mirada, esa mirada que desencadena en fotografía. Esa mirada obsesiva del registro, la investigación. Para saber de dónde vengo, para saber quién soy.

En contexto de la exposición fotográfica En el nombre de Dios, de la fotógrafa Alejandra Platt, expuesta en Culturas Populares en marco del Festival del Pitic, las voces convergen. Ilustran esa región de tiempo en la cual tres fotógrafos se inmiscuyen. Y afloran reminiscencias. Las comparten.

Alejandro Aguilar Zéleny, antropólogo, poeta, fotógrafo, lee un ensayo sobre la trayectoria de Alejandra Platt. Atino el decir de las mil palabras, las cuales, argumenta Zéleny, son tan importantes como la imagen.

Armando Haro, médico, investigador, antropólogo, quien desde hace años trabaja con los guarijíos, se hace presente con su voz y sintetiza con una frase la trascendencia del oficio: “La fotografía es un antídoto contra el olvido”. El olvido, esa palabra que encaja perfecta en el tema indígena.

Alejandra Platt evoca el año de mil novecientos noventaitrés, de cuando solicitó una beca para el proyecto. “Este tema lo traía en mi mente desde que era muy chica, porque siempre me hacía la pregunta de por qué hay tanto territorio en México, en Sonora, y por qué el territorio le pertenece a tan pocas familias”.

Ese es el leitmotiv del trabajo de Platt, el cual ensaya a través de la imagen el modus vivendi de los indígenas de México. Un trabajo conversacional con los habitantes de las etnias, un acercamiento a su historia, su idiosincrasia, un trabajo que se ve reflejado en cada uno de los retratos que conforman la exposición de marras.

Dice Alejandra Platt que empezó a estudiar la historia de Sonora, “De cuando llegó mi abuelo, Federic Platt, mil ochocientos sesentaiocho, quien se casó con una mujer española radicada en Tecoripa, Sonora. Y en esa época el gobierno del presidente Juárez, despojaba a los indígenas de sus territorios para vendérselos a los blancos que venía de fuera del país, eso le tocó a mi familia, parte del territorio que eran de los pimas. De allí empezó mi historia como fotógrafa, llegué en mil novecientos noventaitrés con los pimas, mi primer encuentro, y llegué junto con Alejandro Aguilar Zéleny y Armando Haro, a quienes conocí allá con los guarijíos. Esa es la historia de la fotografía que yo he realizado, de historias personales de los pueblos indígenas”.

Aguilar Zéleny apunta sobre el título de la conversación. “Se dice que vale más una imagen que mil palabras, como escritor, como poeta, siempre he dicho que valen tanto la imagen como las mil palabras juntas. Hay una serie de reflexiones, una de ellas parte de un poema clásico muy repetido por mí, que dice: El ojo que tú ves no es ojo porque lo ves, es ojo porque te ve.

“Para mí es inevitable pensar en eso cuando pienso en la fotografía, digamos que es un ars fotográfica, como una ars poética, ¿y qué tiene qué ver con esta telaraña de luces y sombras, en la fotografía y más aún en la fotografía de Alejandra, en el retrato?

“El reto no es solo mirar sino también mirar de frente y emprender una relación que irá mucho más lejos que la eternidad de un click”.

Armando Haro reseña la importancia de la fotografía para los indígenas, ese antídoto contra el olvido: “Para ellos es un recurso sumamente importante de poder tener acceso, a través de estas imágenes, a firmas de vida que ya no son tan usuales, que muchas veces están por ahí pero que para las nuevas generaciones están siendo olvidadas.

“Para el caso de los guarijíos, me pongo a pensar que hay una cantidad de técnicas guarijías que ya desaparecieron y que no tenemos ninguna fotografía de esa, por ejemplo a quién se le ocurriría o cómo podría cazar un venado con un maguey, por ejemplo. Entre los guarijíos se utiliza esa técnica, a la cual se le llama cimbra, pues esta cimbra prácticamente ya no existe, aún quedan pocas personas que las saben hacer, y ojalá se pudiera rescatar. Entonces estamos viendo con estas fotografías de Alejandra Platt, muchas cosas, las que veo y creo nos invitan a ver.

“En primer término, creo que más que ver las fotografías de Alejandra, lo que estoy viendo es la interacción de Alejandra con cada persona que está retratada, es algo que me sorprende porque la manera en que hace que la persona reaccione, es una marca del fotógrafo, es casi como la firma, el lograr esa apertura en la persona, ese brillo en la mirada, esa expresión, no solamente el enfoque y encuadre y manejo de la luz, sino también este aspecto de qué es lo que nos dicen estas miradas”.

Del análisis a las conclusiones, de la poética a la historia y la filosofía. Del primer disparo hasta la consecución del trabajo de investigación.

El periplo establecido, la experiencia de Alejandra Platt con su cámara al hombro, el recuerdo de los días de andar las comunidades indígenas, de pernoctar y conversar, la anécdota aquella del indígena aquel de Chiapas que accedió a una conversación pero no a una fotografía.

Esto a manera de recuento, es lo que se vivió en el conversatorio La imagen y las mil palabras. En contexto de esas miradas que tan bien reseñara Armando Haro.

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