La caravana de migrantes que el gobierno de Donald Trump ha calificado de amenaza a la soberanía y seguridad de Estados Unidos llegó este martes 24 de abril a la frontera norte de México, un mes después del inicio de su viaje desde el lado sur de este país en el límite territorial con Guatemala.

Dos autobuses con unos 130 migrantes a bordo, la mayoría mujeres y niños, llegaron el martes a un albergue de migrantes en Mexicali, donde fueron recibidos por voluntarios y funcionarios del gobierno que les dieron sándwiches, agua, cuidado médico y colchones para descansar.

Después de una parada que duró una hora y media, los participantes –prácticamente todos centroamericanos y quienes huyeron de la violencia y la pobreza extrema en sus países de origen– se encaminaron a Tijuana, el último destino en México y desde donde buscan solicitar asilo en Estados Unidos.

“Pues, esto es increíble”, dijo Bryan Claros, de 20 años, originario de El Salvador y quien hizo el trayecto junto con su hermano menor, Luis, y su padrastro, Andrés Rodríguez.

Desde donde estaban parados, en una acera afuera del albergue Hotel de Migrantes, se avistaba la valla fronteriza de acero a dos cuadras, así como postes de luz y algunos edificios del otro lado, en Calexico, California.

Dijeron que si huían de El Salvador era porque recibieron amenazas de muerte de pandilleros, y que planeaban pedir refugio cuando cruzaran hacia Estados Unidos. Los organizadores de la caravana del Viacrucis Migrante alentaron a los participantes a que solicitaran el asilo desde Tijuana en vez de Mexicali porque ahí es más fácil reunir a abogados voluntarios.

“Ya casi estamos en Estados Unidos”, dijo Claros, con una sonrisa, a su hermano. Aunque al considerar el periplo legal que aún queda por delante, esa sonrisa se redujo.

“Todavía queda mucho camino”.


Trabajadores de salud revisan a integrantes de una familia migrante en Mexicali, el 24 de abril de 2018.

Otro centenar de integrantes de la caravana viajó hacia Tijuana más tarde el mismo martes; un tercer contingente, que haría el trayecto sobre trenes de carga, más avanzada la semana.

El grupo de migrantes salió de Tapachula, México, el 25 de marzo, y se movió hacia el norte a pie, con aventones, en camiones o escondiéndose en trenes.

Esta migración anual es casi un ritual que comienza en Semana Santa y la idea de viajar en un grupo tan grande es para poder estar más protegidos contra los delincuentes que están a cada paso del camino y para conseguir más atención pública a su situación.

El grupo de este año, que en fases tempranas del trayecto superaba los 1200 integrantes, es quizá el más grande del que hay registro. Como todas las caravanas previas, era posible que pasara casi sin ser notado… si no hubiera terminado en uno de los programas de televisión del noticiero favorito de Donald Trump.

El presidente estadounidense publicó una serie de mensajes en Twitter en los que aseguraba que el grupo era un peligro y utilizó a la caravana como un punto clave de críticas contra el gobierno mexicano, al que acusa de hacer poco para reducir la migración ilegal hacia el norte. También argumentó a favor de un nuevo despliegue de la Guardia Nacional a la frontera entre los dos países debido a la caravana.

Esta semana, conforme los migrantes se acercaban al cruce, Trump retomó el tema. El lunes dijo en Twitter que había girado instrucciones al Departamento de Seguridad Nacional para que “no permita a estas grandes caravanas de personas ingresar a nuestro país”.

“Es una desgracia”, aseveró el líder estadounidense.

De nuevo criticó a México al decir que “debe detener a la gente que cruza por ahí hacia EU”, y propuso que el tema sea “una condición” para la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

Una hora después el canciller mexicano, Luis Videgaray, rechazó tales comentarios como “inaceptables”.

“México decide su política migratoria de manera soberana, y la cooperación migratoria con EUA ocurre por así convenir a México”, indicó el secretario de Relaciones Exteriores.


La familia Hernández en el Hotel de Migrantes de Mexicali, el 24 de abril de 2018.

Los organizadores de la caravana calcularon que entre cien y trescientos migrantes planean solicitar asilo cuando lleguen ante las autoridades estadounidenses en la frontera. Estados Unidos otorga refugio si se puede comprobar que han sido víctimas de persecución a causa de raza, religión, nacionalidad, creencias política u otros factores; el proceso puede tardar años.

Desde que Trump llegó a la Casa Blanca en 2017, su gobierno no ha ordenado dejar de procesar tales solicitudes, pero varios integrantes de la administración han declarado que el sistema de asilo fomenta que lleguen migrantes sin documentos a la frontera que no tienen reclamos válidos.

En los últimos años, los jueces en Estados Unidos han aprobado menos de la mitad de las solicitudes; el porcentaje de personas centroamericanas que obtienen asilo es menor. En buena medida, es más difícil comprobar la persecución por parte de pandillas que por cuestiones políticas.

Tristan Call, voluntario de Pueblo Sin Fronteras, grupo trasnacional de activismo que ayudó a coordinar la caravana, dijo que las acusaciones de Trump sobre los integrantes de esta reflejan una “política para castigar a las personas menos protegidas”.

Las autoridades mexicanas defendieron su manejo de la caravana, al indicar que actuaron dentro de los estándares legales mexicanos e internacionales. Muchos de los participantes del grupo recibieron documentos de viaje temporales por parte del gobierno para protegerlos contra la deportación y que tuvieran así algunas semanas para solicitar un estatus migratorio legal en México o dejar el país.

El plan original de Pueblo Sin Fronteras era que la caravana llegara lo más al norte posible y acompañar a aquellos migrantes que buscaran asentarse en ciudades fronterizas de México o que intentaran cruzar, ya sea de manera legal o no, hacia Estados Unidos.

A partir de experiencias pasadas, los organizadores esperaban que la mayoría de los participantes desistieran durante el trayecto, ya fuera para viajar por separado o en grupos más pequeños, o que se quedaran en México.

Dado el tamaño del grupo de este año y de la atención internacional que le dio la crítica de Trump, los coordinadores anunciaron que la caravana se desmantelaría al llegar a Ciudad de México. Sin embargo, siguió consiguiendo ímpetu y eso la llevó más allá de la capital mexicana.

“Un gran número de los integrantes que quedaban se organizó y no queríamos romper eso”, dijo Alex Mensing, coordinador de proyectos de Pueblo Sin Fronteras. “Como se quedaron juntos, tomamos la decisión de seguir viajando con ellos”.

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