La columna de Araceli Celaya: Los menores de edad en los campos agrícolas de Caborca.
Ya eran casi las 12 de la noche cuando mi teléfono sonó: era una madre desesperada del estado de Puebla, que llorando me preguntaba sobre el cuerpo que fue encontrado a un costado de la carretera cerca del ejido Siempre Viva.
Me decía que sus hijos de 17 años no contestaban el teléfono y se parecía al cuerpo. Le pregunté qué hacía en esta zona, lejos de su familia. Ella me respondió que desde noviembre había venido a Caborca a trabajar en un campo de espárragos.
Y sin medir mi curiosidad, le pregunté: ¿Por qué viene a trabajar aquí siendo menor de edad? Y me dijo simplemente: “Porque necesitamos que trabaje para que nos mande dinero, para mí y mis hermanos”.
Hace días escuché que también fueron atropellados dos jóvenes originarios de Chiapas, uno de ellos menor de edad, quienes trabajaban en esta zona de jornaleros.
Y en consecuencia, se destapa una evidente violación a los derechos de los y las niñas de nuestro México, que tanto anuncian a través de los programas federales del Bienestar, donde aseguran que trabajan por procurar un mejor futuro para nuestros menores.
Aquí en Caborca, es más que evidente que los funcionarios encargados de procurar y resguardar a los niños, para que sean protegidos de una esclavitud moderna, están ciegos y sumisos, porque es más que palpable que se está cometiendo un delito al contratar a niños para que laboren en los campos agrícolas de nuestra región.
La madre de los dos menores que murieron atropellados, al llegar a Caborca, fue recibida por un grupo de personas que los acogieron y también le ofrecieron trabajo a los dos menores más grandes que traía con ella: una niña de 16 años y un niño de 15 años, y de allí a esperar a que los otros hijos tengan fuerza para que puedan trabajar de jornaleros, a pesar de que, por derecho, su única función sería sostener un lápiz y un libro. Pero pareciera que son invisibles todos esos menores en los campos de Caborca.